Esto no obsta para que después arremeta contra la prensa que descubre los delitos,
contra los partidos de la oposición que los critican y contra los jueces que intentan
investigarlos y juzgarlos. A todos los acusa de conspiración contra el Gobierno e
incluso contra el Estado. Es evidente que lo que molesta a ese señor no es que los
delitos se produzcan, sino que se descubran, se critiquen y se intente castigarlos.
Cuando se concreta la responsabilidad del poder político en los delitos denuncia-
dos, el Presidente Felipe transige con la destitución o dimisión de algún personaje
de segunda fila, en algunos casos las responsabilidades alcanzan hasta algún minis-
tro, pero siempre dejando en claro que é1 -Felipe- está libre de toda sospecha y que
no le debe alcanzar ninguna responsabilidad, ni política ni penal.
E
ste esque
m
a se repite últi
m
a
m
ente con ocasión del escándalo del espionaje ilegal por
el
CESID. L
a
m
acabra i
m
agen de nuestros actuales gobernantes se va perfilando aún
m
ás. Con asuntos como este, seguramente el más grave de los que se descubrieron
hasta ahora, el partido felipista demuestra que está dispuesto a incurrir en cualquier
grado de perversión con tal de asegurarse indefinidamente el control político de
esta sociedad. Si fuese cierto que el Presidente Felipe no es responsable de ellos, la
cosa será demasiado grave pues eso significaría que estamos siendo gobernados
por un gilipollas perdido que no se entera de lo que ocurre en su casa y lo que
hacen los colaboradores que é1 eligió. Pero si, como es evidente, é1 es el principal
culpable de lo que ocurre, la cosa es muchísimo más grave, pues se trata de una
serie de ilegalidades que ponen en cuestión nuestro sistema político como Estado
de Derecho. Con las escuchas telefónicas a toda clase de personas importantes del
país -parece que ni siquiera el Rey y su padre el Conde de Barcelona se libraron de
ese espionaje- se persigue recabar información con la que se puede presionar y
chantajear a todo el mundo; (¿por dónde tendrán cogido a J. Pujol?).
E
sta for
m
a ilegal de actuar desde el poder político nos enfrenta a una lacra de la vida
política española que dába
m
os por superada
;
nos referi
m
os al caciquis
m
o de la época
de la Restauración, a finales del siglo pasado. En realidad, el tinglado que monta-
ron estos señores del P.S.O.E. parece un híbrido del caciquismo tradicional espa-
ñol y los métodos del P.R.I. en Méjico. Parece que los social-demócratas españoles
to
m
aron co
m
o
m
odelo a sus correligionarios
m
ejicanos
,
los cuales desde hace
m
uchas
décadas
m
onopolizan el poder político en ese país valiéndose de todo tipo de fraudes
y arbitrariedades que desvirtúan total
m
ente el carácter del siste
m
a de
m
ocrático.
Con esto tenemos que tener mucho cuidado. Si no conseguimos pararles los pies a
estos granujas felipistas, nuestra democracia, niña aún, corre el peligro de ser muy
puteada y privada de todo contenido de verdadero poder popular, quedando redu-
cida a una caricatura de democracia, una democracia solo formal -de mera forma-
como la de Méjico y demás repúblicas bananeras de Iberoamérica.
Nuestra joven democracia superó un gran peligro como el intento de golpe de Es-
tado de Tejero, el 23 de Febrero de 1981, porque gozaba de bastante prestigio y es-